POR: JOAQUÍN SEGARRA IDIAZÁBAL
Muchas y muy variadas son las definiciones que se han intentado para la cultura. De manera personal, creo que la cultura debe entenderse como un medio de divulgación, preservación y comunicación de masas que permite alcanzar, de manera agradable y sencilla, un nivel aceptable de conocimiento de sus distintas manifestaciones.
Los mecanismos para asegurar la difusión cultural, sin embargo, deben ir más allá de la organización (hoy tan de moda) de reventones para jóvenes en los que tan sólo se propicia el consumo de alcohol y cierta violencia; más allá, incluso, de simples visitas -guiadas o no- a recintos o espacios culturales “tradicionales”. La labor de difusión cultural puede –y debe echar mano de herramientas tales como publicaciones impresas y electrónicas, de la promoción de exposiciones temporales in situ con realizadores de arte locales y de otras ciudades, de la colocación, en edificios y ámbitos urbanos, de placas alusivas a hechos y lugares históricos importantes, y de la programación y promoción de actividades culturales variadas y constantes en todos los rumbos de la ciudad.
Papel fundamental en este aspecto tienen las estrategias que aproximan el acervo cultural a aquellos ciudadanos que por sus características socioculturales o económicas no concurren -al menos con regularidad- a esos recintos “tradicionales” (museos, galerías, teatros). Cine, conciertos y recitales de música culta, teatro y pantomima, simposios, danza y baile popular, colecciones de fotografías, pinturas y dibujos, cursos diversos, talleres literarios y otros eventos “callejeros” llevados hasta los mismos barrios o colonias suelen ser de gran atractivo –y utilidad cultural- para este propósito cumpliendo, además, un papel esencial en la formación del ciudadano, pues fomenta en él la participación directa.
Los convenios de cooperación con gobiernos del extranjero (a través de sus embajadas, consulados y oficinas especializadas), por su parte, pueden revertirse en importantes cantidades de material cultural y aportaciones de intelectuales, académicos y artistas de las más variadas disciplinas que se integrarían a estos eventos con temáticas diversificadas (arte popular, historia, música, pintura, literatura, etc.). Otro tanto ocurre con instituciones universitarias públicas y privadas, tanto nacionales como extranjeras, e incluso con entidades privadas que tienen Fundaciones relacionadas con la cultura. Todas ellas cuentan con recursos materiales, económicos y humanos factibles de aprovecharse en beneficio de los veracruzanos porteños.
Mediante la creación, acondicionamiento o rescate de espacios urbanos (bibliotecas, auditorios, salas audiovisuales, librerías, cafeterías, plazas y callejones) que alberguen manifestaciones diversas, la actividad cultural se convierte en un punto de encuentro, en un forum de diálogo e intercambio ciudadano de opiniones con carácter informativo y educativo pero también lúdico, porque la cultura puede ser, en ocasiones, seria, pero nunca solemne ni mucho menos aburrida.
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