Por: Cándido García Fonseca
Amaneció nublado, fenómeno bastante raro en la ciudad de Veracruz, sobretodo en el mes de agosto. Estaba desayunando con uno de mis hijos y su esposa Conchis, saldríamos en breve para el Hospital Regional donde estaba internada mi nuera Adriana, esposa de mi hijo mayor. En algún momento le practicarían una cesárea para que diera a luz un pequeñín de ocho meses, sí ….. de ocho meses.
En la cama del hospital la acompañaban, su abuelita, mi esposa, mi hijo mayor, mi hijo menor y su novia Alma, que había llegado de Culiacán. La gestación había sido complicada. Adriana, una joven muy delgada de veintitrés años, hubo de cuidarse mucho, un año antes había perdido un pequeño de un mes de gestación. Este día brumoso iba a nacer nuestro primer nieto. ¡Qué ilusión! ….. no hay nada que pueda describir la experiencia de convertirse en abuelos. Todos temíamos por la salud del que iba a nacer. He sabido de muchos partos de sietemesinos, pero de pequeños de ocho meses no he tenido noticias. Pero, ahí venía el niño y era probable que al nacer lo instalaran en una incubadora. Pepe terminó de desayunar, vivía en la casa contigua con su esposa, llevaban tres años de casados pero aún no habían procreado familia, y el nacimiento del sobrino lo tenía muy nervioso. Salió al patio techado y de pronto nos gritó: ¡vengan rápido a ver esto!, Conchis y yo salimos en estampida, dejando poco más que a medias nuestro desayuno, Pepe no se sorprendía fácilmente. ¡Qué espectáculo!, en el patio, en la calle, a lo largo de la calle, arriba, abajo, adelante, atrás: miles y miles de libélulas. En el largo patio techado que funcionaba como garaje se adherían cientos de animalitos y zumbaban como pequeños helicópteros con sus tornasoladas alas. Los tres salimos a la calle a disfrutar del fenómeno: una verdadera nube de libélulas de todos los tamaños cuyas alas tomaban tonos del arcoíris conforme volaban a diferentes alturas y distancias de nuestra posición observadora. El evento duró acaso quince minutos, no los medí. Cuando terminó hicimos comentarios de distintos matices, pero Conchis y yo no terminamos el desayuno. Después de asearnos salimos rumbo al hospital, cuando llegamos al cuarto de la interna, dos enfermeras la estaban preparando para pasarla a quirófano. La espera se nos hizo una eternidad que solo fue amortiguada por el comentario del fenómeno de las libélulas y las idas y venidas al piso de los quirófanos: cuatro, cinco, seis veces, no recuerdo. Por fin, lo vi salir del quirófano: ¡Diego, mi nieto!, un pequeñajo de ojos muy grandes y muy abiertos para observar mejor al mundo que se abría a sus sentidos. ¡Sí, yo soy tu abuelo!, ni modo, nadie es perfecto ….. le dijo al pequeño que creo me miraba fijamente desde su receptáculo de cristal …… ¡Hubieras visto a las libélulas!
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