Por: Jaime Velázquez
A los treinta años, Humberto Eco entró a la inmortalidad, en 1962, pero en México no lo leímos hasta los años setenta, en libros lanzados por editores españoles. Luego vendría El nombre de la rosa, la película que tiró a la basura la mitad o más de la novela de Eco, trivializando partes medulares de sus hallazgos (la novela fue publicada en 1980, la película pocos la recuerdan y los jóvenes no la han visto).
En los años setenta descubrí la Lingüística en la Facultad de Filosofía y Letras, donde un amigo estudiaba Filosofía, una disciplina que rescató de las ruinas de una escuela de Ingeniería, herida en Tlatelolco en 1968. La Filosofía lo llevó a la Estética, como a Eco, quien pasó de Tomás de Aquino y la Estética a la Semiótica. Mi amigo hizo en Xalapa un libro de artistas plásticos y un breve tiempo dirigió Casa Principal, del IVEC, en la ciudad de Veracruz.
El libro Obra abierta de Eco alcanzó la tercera edición en 1971, por lo cual contó que un amigo, Berio, le había pedido un artículo para la revista Incontri musicali, que sería luego el primer ensayo de su exitoso libro. Eco trabajaba en la radio de Milán (RAI) y dos pisos arriba se reunían Maderna, Boulez, Pousseur y Stockhausen, en un estudio de fonología musical.
“De allí nació un experimento sonoro cuyo título original fue Homenaje a Joyce, una especie de transmisión radiofónica de cuarenta minutos que se iniciaba con la lectura del capítulo once del Ulises (el llamado ‘de las Sirenas’, orgía de onomatopeyas y aliteraciones) en tres idiomas”, rememoraba Eco.
No cabe duda que algunos no nos enteramos qué lejos está Europa y cuánto ha pasado en el arte.
El profesor italiano, de setenta y tantos años de edad, publicó ahora (2004 en Milán; 2005 en España, 2006 en México) una novela ilustrada, La misteriosa llama de la reina Loana (Debols!llo, Random House Mondadori), que encontré por suerte este mes en una tienda de autoservicio. Dudé si llevarla, pues estaba cerrada con ese plástico que trata de proteger los libros del manoseo, vital para los clientes, y que vela el interior, que en este caso es una maravilla, y la dejé, además que mis lecturas pendientes me desaconsejan seguir acumulando libros. Un rato después volví (sobre mis pasos, dirían los narradores) por ese único ejemplar y ya no estaba. No es la primera vez que me pasa. Pero la suerte (creo ciegamente en ella) me llevó a otro anaquel donde alguien, ¿yo mismo?, lo había abandonado. Entonces lo recogí y ya no lo solté hasta que terminé de leer sus quinientas páginas (tiene muchísimas ilustraciones, algunas que pienso “escanear” para enmarcarlas y no perderlas de vista, para ponerlas junto a las que Covarrubias hizo en Estados Unidos para Vanity Fair).
En forma de relato novelístico, Eco nos presenta una historia de la cultura popular, la de los “cuentos” (tebeos, comics; dibujos donde los personajes exhalan en un “globito” palabras), revistas femeninas, películas, novelas ligeras (como las de Salgari), periódicos y más, pues todo cabe, incluso los camisas negras y la resistencia italiana, la oscuridad obligada por los bombardeos nocturnos, la persecución de soldados que huían del ejército ruso y se unían al ejército italiano, del que no tardaron en desertar también.
La vida en manos de los escritores italianos se vuelve complemento de un modo de contar “nacional”, pues en este libro de Eco resuenan las voces de Pavese, Calvino, Fellini…, en ciudades y pueblos que sobreviven los golpes de la época actual.
La nueva novela de Eco es un viaje a un museo de la cultura con el mejor guía, museo erigido con piezas rescatadas de ciertos años del siglo XX que compartimos más tarde pues los estadunidenses se han encargado de inundar el mundo con sus productos, compradores como somos de aquello que los grandes fabricantes lanzan al mundo en busca de clientes pasivos, los que no han oído a Boulez pero tampoco a Julio Estrada y que son capaces de olvidar todo lo demás, como a Consuelo Velázquez si no fuera por Juan Gabriel y Rocío Dúrcal en el caso de México, en sumisión a lo más reciente. A ese museo de Eco le agregaríamos algunos otros recuerdos, como La familia Burrón, Los supersabios, Tawa, Memín Pinguín, Lagrimas, risas y amor, Tradiciones y leyendas de la colonia, Los supermachos, Chanoc, Los agachados, etc., de los años cincuenta, sesenta en México, lo que quiere decir que el libro de Eco forma parte de una sección especial de nuestra memoria.
Otros libros de Eco recientes son Historia de la belleza (2004, Lumen) e Historia de la fealdad (que no tengo). Me recomiendo ahora la relectura de los libros de Eco que me impactaron en los años setenta, cuando era estudiante: La estructura ausente (1968, Lumen), Diario mínimo (1973, Península), Tratado de semiótica general (1978, Nueva Imagen-Lumen), junto a otros, de Barthes, Kristeva, Derrida, Jakobson, Baudrillard, Macherey, de quien Alberto Híjar publicó una parte de Para una teoría de la producción literaria en 1976 (1974, Maspero, París) en la Sala de Arte Público Sequeiros/Curso Vivo de Arte, UNAM.
Eco recibió el Premio Príncipe de Asturias de Comunicación y Humanidades en 2000. En 2001 fundó la Escuela Superior de Estudios Humanísticos, para egresados de licenciatura de alto nivel. Y hace unas semanas la Universidad de Sevilla le otorgó un doctorado Honoris Causa, uno de tantos que ha recibido de muchas instituciones educativas.
Mi amigo de la Facultad ha unido en estos años a su especialidad en museografía una valiosa iconografía de historia de México que exhibe en plazas públicas (actualmente, en Morelia).
No hay comentarios:
Publicar un comentario