El pequeño Dante estaba decidido, ya tenía 10 años de edad y era el momento idóneo para deshacerse del odioso cerdo de peluche que su padre le regaló hace 2 años; el sólo ver su nariz deforme y ojos saltones por las noches, a menudo le ocasionaban terribles pesadillas. Fue una idea que siempre le obsesionó, no obstante nunca le contó a sus padres sobre su fobia.
Ellos no se imaginaban que su hijo había desarrollado una aberración hacia los cerdos desde que uno de ellos lo atacó a mordidas cuando visitaron la feria ganadera hace cuatro años. De haberlo sabido su papá nunca hubiera comprado tan terrorífico juguete.
Siendo sábado por la noche, y aprovechando que papá y mamá salieron a una fiesta con sus amigos, Dante no quiso desaprovechar la oportunidad; cada vez que se encontraba solo en la casa, deseaba con todas sus fuerzas sacar al peluche del armario y arrojarlo al bote de la basura. El temor que sentía con tan solo verlo provocaba que desistiera de su idea. Pensaba que si lo arrojaba a la calle, el cerdo se aparecería por la noche para desquitarse.
Pero esta noche no tenía por que ser así, el animal ya llevaba dos años acosándolo en sus pesadillas, donde con frecuencia aparecía y lo golpeaba, provocando que se despertara por la mañana muy triste; estaba decidido, aún con su temor agarró al juguete que era tan grande como él y lo llevó al tambo ubicado afuera de la puerta de la cocina.
El niño esperaba que su padre no notara esta ausencia. A final de cuentas estaba rechazando un regalo de su progenitor.
Dante se acostó en su cama sintiendo que se había quitado un gran peso de encima, aquellas pesadillas en donde el brutal cerdo le devoraba las piernas nunca más lo volverían a afectar…o eso esperaba.
Mientras el pequeño dormía, alguien lo observaba justo a un lado de la cama.
-Oye idiota, levántate- dijo una gutural voz mientras retiraba de forma brusca las sabanas que cubrían el cuerpo del menor, quien abrió sus ojos y en estado de shock, rodó hasta caerse de la cama.
-¡¿Cómo te atreves a encerrarme en un armario por dos años para luego tirarme a la basura?!- Reclamó el horripilante hombre cerdo, quien ya no era un muñeco de peluche, era una bestia de carne y hueso que podía hablar, caminaba en dos pezuñas y tenía manos con dos dedos en cada una.
-No, esto tiene que ser otra pesadilla, no eres real- dijo el niño con risa nerviosa.
-¿Eso crees? ¿Un sueño puede hacer esto?-
El cerdo caminó sobre la cama y se acercó al aterrado joven, a quien le propinó una dolorosa patada en el estómago, con la que el niño se arrodilló sin aire. Tras esto el animal lo levantó por los aires y lo arrojó justo contra la puerta, provocándole una cuarteadora.
El pequeño a duras penas pudo girar el picaporte de la puerta para huir del monstruo, quien ya estaba detrás de él, golpeándolo en las costillas.
Dante bajó por las escaleras llorando en el trayecto, el cerdo lo iba siguiendo mientras le arrojaba todo objeto que estuviera a su alcance, incluyendo los cuadros que adornaban las paredes y el florero favorito de su madre.
-¡Corre mariquita! Apenas estoy calentando-
Ya en el piso de abajo, el animal le dio alcance al indefenso niño, a quien tomó del hombro para darle la vuelta, quería verlo a los ojos justo antes de propinarle un pesuñazo en el rostro, que acabó por tumbarle un diente; satisfecho comenzó a reír mientras el niño se ocultaba tras el sofá.
Al hacer a un lado el mueble para seguir amedrentándolo, éste había desaparecido. Siendo tan pequeño y rápido, Dante se escurrió a la cocina y tomó uno de los muchos cuchillos de la alacena, el cual enterró con todas sus fuerzas en la espalda del cerdo, quien liberó un ensordecedor chillido.
El pequeño continuó acuchillándolo en distintas partes del cuerpo hasta que ya no pudo permanecer de pie, cayendo muerto en medio de la sala.
Mientras Dante celebraba su victoria, sus padres recién iban llegando de la fiesta; quedaron estupefactos cuando encontraron al pequeño aún sujetando el cuchillo y con varias lesiones en su pequeño cuerpo; a su lado se encontraba el muñeco de peluche que tanto odiaba, con el relleno esparcido por la alfombra.
El niño estaba tan inmerso en su pesadilla, que no se percató de los destrozos que ocasionó en la casa ni del daño que se produjo a sí mismo, lo único que se le ocurrió decirle a sus padres fue:
-Vencí al cerdo mamá…ya nunca más tendré pesadillas-
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